martes, 1 de marzo de 2011

SOPHIE

¡Hola, amig@s!

¿Qué tal estáis? La seducción es un tema muy interesante y a mí se me ha ocurrido utilizarla en este microrrelato. Imaginarios que os encontráis en un salón victoriano, un apuesto caballero os mira y...

SOPHIE
            Sabía que sólo le bastaba una mirada para seducirla, una palabra para enardecer sus sentidos, un leve roce de sus dedos en el blanco cuello y la virginal Sophie, la dulce prometida de su primo George, caería rendida a sus pies. ¿No era él, lord Remsey, el gran seductor de Londres? George palideció al verle. Las encopetadas damas de la alta sociedad londinense y sus sonrojadas hijas agitaron nerviosamente sus abanicos entre suspiros y murmullos. La orquesta, que interpretaba melodías hermosísimas, cesó cuando lord Spencer se interpuso en su caminar.
-¿Qué haces aquí, Robert?
-He venido a felicitar a los novios, tío Will.
William Spencer suspiró observando a su sobrino con cautela, luego miró al señor Thomas, el director de la orquesta. El hombre alzó su batuta y la música volvió a sonar en la espaciosa sala de la mansión familiar. Sophie se acercó hasta donde ellos se encontraban con una gran sonrisa en sus sensuales labios.
-Me alegro que aceptara la invitación al baile, lord Remsey.
            Su futuro suegro arqueó las blanquecinas cejas sorprendido.
-No podía faltar, lady Hampton… -le contestó besándole la mano que ella le ofreció.
Lord Remsey le dio una pequeña nota. La joven la ocultó con los nervios a flor de piel. Luego se fue para atender a los demás invitados.
-Espero que te comportes, Robert –le manifestó con gesto serio lord Spencer.
-Siempre lo hago, tío Will.
“Cuando toquen el Danubio Azul, reúnete conmigo en la biblioteca...” Leyó el mensaje con manos temblorosas por tercera vez. Ella amaba a George, anhelaba ser su esposa, tener hijos… Pero las dudas la asaltaron incomprensiblemente. Los versos que había leído en la carta que Robert le había enviado dos días antes resurgieron en su mente, las palabras se adueñaron de su alma, el deseo la abrazó inmisericorde revelándole un mundo perverso y retorcido donde él se convertiría en su único dios si ella le aceptaba…
            Los músicos empezaron a tocar el vals y Sophie le dijo a su prometido que necesitaba retocarse el maquillaje. George asintió enamorado.
            La habitación estaba en penumbra cuando ella entró. Robert acababa de echar un leño a la chimenea y el fuego se avivó misteriosamente, acentuando aquella mágica media luz que siempre cautivaba a los amantes. El aroma de la fragancia masculina y el de las rosas que adornaban los jarrones de la estancia, la excitaron. Él era un libertino, un seductor, un inmoral… No podía hacerlo, no podía…, musitó titubeando. Sophie suspiró. Lord Remsey se giró al oírla y sus miradas se encontraron.
-Eres mi musa, Sophie… -murmuró sugerente, ahuyentando sus reticencias.
            Sus labios se posaron en su cuello incitándola, envolviéndola en aquel paraíso que George nunca le podría ofrecer… Minutos después, Robert se marchó y Sophie se ajustó el corsé de su hermoso vestido de gala. La imagen que se reflejaba en el espejo que enmarcaba la chimenea, le habló:
-Ya te lo dije, Sophie, seducirías a Remsey… ¿Acaso no sabes que la misiva que le enviaste la semana anterior, le impulsó a conquistarte? Él se ha enamorado de ti, igual que los otros…
-Lo sé -musitó sonriéndole al cristal y después salió de la biblioteca.
            Su rostro, angelical, atrajo cientos de miradas que la vislumbraron complacientes. George la esperaba para iniciar el baile de su compromiso matrimonial. Pasó por delante de Robert Remsey, que la miró fascinado. Sophie ocultó su satisfacción mientras ella y su aburrido prometido danzaban por el salón…