domingo, 10 de octubre de 2010

AEQUALITAS

“Llevamos a cabo estas verdades para ser evidentes en sí: que todos los hombres y mujeres son igual creados. Elizabeth Cady Stanton”
-¡Igualdad! ¿Qué significa esta palabra para vosotros? –pregunta Alma Rodríguez a sus alumnos tras escribirla en la pizarra.
            Los estudiantes de tercero de ESO la observan en silencio. María García, una de las alumnas más aplicadas, levanta su brazo derecho. Alma hace un gesto para que ésta se pronuncie.
-La igualdad es un principio que reconoce a todos los ciudadanos la capacidad para tener los mismos derechos.
-Correcto, pero… ¿Todos los disfrutamos?
-No. La discriminación existe... Las mujeres no ganan lo mismo que los hombres a pesar de que hacen el mismo trabajo que ellos. Y en muchos países, éstas no pueden tener propiedades ni recursos financieros ni la educación que les permita independizarse de sus maridos… ¡Es horrible! Algunas, desgraciadamente, son sus esclavas…
-¡Ea, habló la feminista de la clase! ¿Acaso tú y tus amiguitas vais a solucionar los problemas del mundo? –prorrumpe burlón Carlos Santaolalla, uno de sus compañeros, provocando la hilaridad en unos y airadas protestas femeninas.
-Gracias al feminismo hoy podemos votar y poseemos derechos que antes nos eran negados… - expresa María con convicción.
Carlos le rebate con sarcasmo:
-Pues no os debieron conceder ninguno, ya que desde entonces ni las casas se limpian ni se cocina con fundamento… Lo que tenéis que hacer es volver a vuestras antiguas ocupaciones y todo os irá mejor, así no habrá tantos divorcios ni os quejaréis porque os pegan…
-¡No lo podemos creer! –gritan varias alumnas enfurecidas.
            Los adolescentes se enzarzan en una pelea dialéctica que la profesora de Educación para la Ciudadanía interrumpe con paciencia.
-¡Chicos, Chicas… por favor! ¡Callaos!

            Minutos después, la calma parece volver al aula y la docente vuelve a manifestar:
-María tiene razón al decir que las mujeres han estado sometidas durante siglos a una sociedad totalitaria y machista en la que su papel principal era cuidar a los hijos y quedarse en casa… Esos señores argumentaban que la mujer, al ser sentimental por naturaleza, debía aceptar su sometimiento al varón y el hombre no podía mostrar ningún sentimentalismo, si lo hacía se le llamaba despectivamente: amanerado, sarasa, maricón… -Hace una breve pausa y mira fijamente al estudiante que se burló de María García y de las demás jóvenes de la clase-. Tus comentarios, Carlos, han sido inadecuados, creo que deberías pedir perdón a tus compañeras… -Él baja la mirada unos segundos al pupitre y, acto seguido, se disculpa. La profesora vuelve a hablar-: Si todos actuamos de esa manera, nunca conseguiremos desterrar esos arcaicos razonamientos de nuestras mentes… Así no se conseguirá nunca la plena igualdad… ¿Qué creéis que debemos hacer? –interpela apoyándose en su mesa.
            María vuelve a tomar la palabra:
-Yo creo que, primeramente, se debe diferenciar el sexo del género y después educar a los niños y niñas en actividades de grupo con juegos, deportes… De ese modo, fomentaremos la interacción social de ambos sexos.
Alma sonríe.
-Tienes razón, María, así se promueven los valores, las normas y las actitudes entre los seres humanos para que cuando éstos sean adultos no se sientan discriminados por su raza, religión, sexo… Pero, ¿debemos fomentarlo en las escuelas o en el seno familiar?
            Lara, otra estudiante, contesta a su pregunta:
-En los dos sitios.
-¿Y de qué forma?
-Los padres deben tratar igualmente a hijos e hijas con respecto a las tareas domésticas, dar ejemplo de una convivencia basada en la tolerancia, el respeto, la ayuda, la comprensión, impulsar la lectura de libros que promuevan la igualdad de género…
-Correcto, Lara. Y el profesorado… ¿Tenemos que asumir cambios de actuación para revolver la discriminación en las aulas? ¿Qué opinas, Carlos?
            Éste carraspea antes de decir:
-Pues no lo sé…
-Si yo ahora mismo te hablo con lenguaje sexista y no te trato igual que a tus compañeras, ¿no crees que mi comportamiento será cuanto menos prejuicioso porque no tienes una vagina igual que ellas?
            Las risas emergen en la clase, pero Alma Rodríguez, con gesto serio, hace un ligero movimiento con su mano y éstas cesan. Carlos Santaolalla suspira y luego manifiesta:
-Usted sería irrespetuosa conmigo…
            La profesora de Ciencias Sociales mueve su cabeza afirmativamente.
-¿A que a nadie le agrada que le traten con insolencia y que otros sean intransigentes con tus ideas, tus creencias y tu sexo? –Carlos asiente. Alma suspira y luego sigue hablando-: A través de la coeducación conseguiremos que chicos y chicas compartan valores y que ambos los asuman por igual y, sobre todo, que la sociedad tenga una visión más igualitaria de las personas… -Después les pregunta-: ¿Qué opináis de los maltratos?
            Iván, un chico espigado y de carácter simpático, dice:
-Cuando se habla de éstos siempre se piensa que lo sufren las mujeres, pero hay hombres que también lo padecen, ¿verdad?
-Sí, Iván, pero te diré que existe una pequeña confusión cuando se habla de este tema… No es lo mismo la violencia de género que la doméstica…
-¿Y qué diferencia hay entre éstas? A mí me parece que son lo mismo.
-No. La violencia doméstica es aquella que se produce en el hogar tanto del marido a la esposa como de ésta a su esposo, a los hijos, a los ancianos… Y la de género es aquella que se ejerce a la mujer simplemente porque es mujer…
-Yo conozco un caso de violencia de género… -musita Andrea Gómez, una chica de apariencia triste y mirada ausente.
            Todos los ojos se fijan en su complexión delgada. Alma Rodríguez da varios pasos y se acerca hasta el pupitre de la joven. La profesora la mira fijamente y luego le pregunta:
-¿Algún familiar o algún amigo tuyo la padece, Andrea?
Andrea Gómez no sabe por qué ha dicho eso. Hasta ahora ha ocultado su sufrimiento a los demás. Ella es extraña, no habla con nadie, permanece siempre aislada en su rincón y sus compañeros de clase la llaman “la muda”. Acaba de darse cuenta de que es una forma de discriminación… En su hogar vive continuamente con gritos, amenazas, humillaciones… Y en el instituto se siente excluida y sola… ¿Quién le va a ayudar? –se pregunta cada vez que siente la necesidad de gritar su martirio. Alma le sonríe con ternura. Hace tiempo que percibe la angustia de la joven y aunque ha intentado acercarse hasta ella y ponerse en contacto con sus padres, nadie coge el teléfono en la vivienda de los Gómez y Andrea huye cada vez que la ve por los pasillos del centro…
-Puedes confiar en mí…
            Los oscuros ojos de Andrea se llenan de lágrimas y rota por el dolor, murmura:
-Mi padre maltrata a mi madre… -gime asustada y a la vez aliviada por revelar su secreto-. Ella es una mujer muy débil de carácter y siempre le perdona, pero yo no puedo más… Un día la va a matar… No sé qué hacer…
            Alma Rodríguez la abraza y la conforta mientras los demás se quedan desconcertados por escuchar su confesión. María y Lara son las primeras que se levantan de sus asientos y se acercan hasta donde se encuentran su compañera y la señorita Rodríguez.
-No te preocupes, Andrea, puedes contar conmigo… -pronuncia María abrazándola.
-Tu madre tiene que denunciarle… -musita Lara-. Sólo así dejará de haceros daño…
            Carlos y los otros chicos hacen una piña alrededor de éstas. Minutos después, Alma dice:
-Tengo una amiga que trabaja en el Instituto de la Mujer. Si tú quieres la llamaré y le hablaré de tu caso…
-Gracias…
            Días más tarde, Carlos Santaolalla, María García y sus compañeros deciden acompañar a Andrea y a Teresa, su madre, hasta la Comandancia de la Guardia Civil…

            Al acabar el curso, Andrea Gómez entra en el despacho de la tutora. Alma le sonríe y le insta para que se acomode en una de las sillas. La joven ha engordado varios kilos, una sonrisa permanente se dibuja en su rostro, es más sociable… Sus ojos miran ahora con seguridad a sus interlocutores…
-¿Y bien? –le interroga la educadora.
-Quería agradecerle, señorita Rodríguez, su ayuda. Sin usted mi madre nunca se hubiera atrevido a denunciarle…
-Tú fuiste la que diste el primer paso… -Le aprieta la mano con cariño y Andrea le corresponde.
-Sus clases me han servido para creer otra vez en el ser humano.
-Gracias, Andrea. Me alegro que te hayan gustado y también que vuelvas a creer en las personas.
            La chica se pone en pie y antes de marcharse, comenta:
-Encontré la biografía de Clara Campoamor en Internet, pero me gustaría saber más de su vida…
            Alma se levanta y busca un libro en una de las estanterías, luego se lo entrega a la adolescente.
-Yo lo leí cuando tenía tu edad… “El derecho de la mujer en España” de Clara Campoamor… Sé que te gustará, es para ti.
-Muchas gracias… -Sonríe alegre-. Bueno, ¡que tenga un buen verano! –Se despide con un beso y un abrazo.
-Lo mismo te deseo, Andrea. Ya nos veremos…
            Ella asiente y segundos después se marcha con paso decidido. Desde la ventana, Alma ve cómo cruza el patio. Carlos, María y otros jóvenes la esperan en la entrada. Andrea les enseña su regalo y todos hojean el libro con curiosidad. La maestra, de Ciencias Sociales que imparte Educación para la Ciudadanía, se siente feliz por inculcar valores a sus chicos y chicas… Roza con sus dedos uno de los libros que se hallan en su escritorio.
-Poco a poco lo estamos logrando… -murmura sonriendo a la fotografía de Clara Campoamor-. Algún día esta sociedad será más justa y valorará tu lucha y la de todas las mujeres y hombres que reclamaron nuestros derechos…
            La maestra sale de su despacho. El silencio es abrumador en los pasillos… Echará en falta el bullicio y los madrugones, pero en septiembre volverá a impartir sus clases y otros jóvenes conocerán las manipulaciones socio-culturales que nos han llevado a malinterpretar los roles de ambos sexos desde tiempos inmemoriales… Al pasar por el aula, advierte que la puerta está abierta y que alguien ha escrito una frase en la pizarra.
“SIN EDUCACIÓN NO TENDREMOS NUNCA IGUALDAD”
Alma Rodríguez se marcha del instituto con una sonrisa en sus labios.


           

1 comentario:

  1. ¡Hola María! De nuevo te escribo para decirte que he leído el relato Aequalitas y que me ha parecido genial. Relatas muy bien el problema que existe aún en la sociedad en la que vivimos. Comparto tu punto de vista y espero que algún día la igualdad sea verdaderamente equitativa entre los dos géneros. Un saludo. Eli.

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