lunes, 11 de octubre de 2010

ISTANBUL

Con este relato recibí la 1ª Mención en la III Edición de los premios Eduardo de Literatura 2009 de Umbrales Ediciones.

ISTANBUL

            Alicia Sotomayor siempre deseó volver... Sus recuerdos de la niñez estaban vinculados a Estambul y a sus gentes. Su padre había tenido un importante cargo en aquella inmensa metrópoli y ella había crecido en un ambiente multicultural que la animó a estudiar las diferentes culturas del mundo y también a sentir una gran pasión por todas aquellas civilizaciones. Cuando sus progenitores le dijeron que tenían que marcharse de Turquía, Alicia lloró amargamente porque durante diez años aquel país había sido su hogar y allí estaban todos sus amigos; sin embargo, pronto encontró otras amistades y se adaptó a su nueva vida en Madrid. Estudió la carrera de Historia del Arte y tras licenciarse empezó a dar clases en la Complutense. Su vida transcurrió monótona hasta aquel día en el que recibió una carta. Alicia no se lo pensó dos veces, hizo las maletas y regresó a Istanbul, la ciudad de sus sueños.
            Después de tomar una ducha refrescante, bajó hasta el hall del hotel y miró su reloj: aún quedaban cinco horas para la cita convenida y lo que más le apetecía en aquel momento era recorrer aquellos lugares que tanta añoranza le provocaban, así que le entregó al amable recepcionista la llave de su habitación y éste le volvió a desear una feliz estancia sonriéndole de forma seductora.
            Desde el mirador de la torre Gálata contempló, extasiada, el Bósforo, el mar de Mármara y el Cuerno de oro… La última vez que había estado en aquella atalaya la habían acompañado Akin y su abuelo Ashraf y las risas no habían cesado en ningún momento. El hombre les contó que los genoveses la construyeron allá por el siglo XIV y que ésta había servido para protegerles de los ataques de Bizancio, luego había sido utilizada como prisión, más tarde como observatorio e incluso como torre de vigilancia de incendios. Sus pueriles mentes inventaron decenas de historias durante interminables semanas y Ashraf Ertük disfrutó con sus juegos… Suspiró al recordar su infancia y sin apenas darse cuenta, su mente la transportó a aquella maravillosa época…
            “Sólo tenía ocho años cuando su padre, Jacobo Sotomayor, fue nombrado primer secretario de la embajada española en Estambul. La familia al completo viajó hasta aquella grandiosa megalópolis enclavada privilegiadamente entre dos continentes: Europa y Asia. Se instalaron en una preciosa vivienda sita en la zona europea y pronto Marta, su madre, y sus hermanas pequeñas, Cristina y Verónica, se adaptaron, igual que ella, a las costumbres de aquel país. En aquella casa conoció al que sería su mayor compinche de aventuras y de travesuras: Akin Ertük.
            Akin tenía su misma edad y era el primogénito del matrimonio Ertük. Leylak era la cocinera y Adil el chófer de su progenitor. La pareja turca hablaba correctamente el español y por eso el idioma nunca fue un impedimento para comunicarse entre ellos. No obstante, para estar en igualdad de condiciones, Marta insistió en aprender el turco y que sus hijas, de igual forma, recibieran aquellas clases. Un año después, en el hogar de los Sotomayor se expresaban en las dos lenguas. Alicia también enseñaba a su amigo el inglés que aprendía en el colegio Internacional donde cursaba sus estudios, ya que él decía que en su escuela iban demasiado lento… Los dos se divertían muchísimo leyendo los libros de lectura inglesa que después traducían a sus idiomas maternos. Sin embargo, lo que más les gustaba a ambos era ir con Ashraf, el abuelo de Akin, por la ciudad. El hombre les explicaba las leyendas de su pueblo con muchísima paciencia y siempre con una sonrisa en sus labios.
-¿Por qué la llamaron Constantinopla? –le preguntó en una ocasión Alicia mientras degustaban los famosos helados de Maras en una heladería.
Ashraf le contestó con voz pausada y afectuosa:
-Porque Estambul fue codiciada durante muchos siglos por grandes estados... Primero fueron los griegos quienes se asentaron en esta tierra y la llamaron Bizancio; luego, persas, espartanos, macedonios y romanos la conquistaron y fue el emperador de Roma, Constantino, quien la convirtió en la capital de todo el Imperio... Por eso le pusieron Constantinopla, en su honor…
-¿Y cuándo se llamó como hoy la conocemos, abuelo? –inquirió Akin mirándole fijamente con sus almendrados ojos oscuros.
-Los otomanos y su sultán, el gran Mehmed II, la denominaron Istanbul allá en el siglo XV y desde entonces así es conocida…
-¿Por qué los musulmanes odian a los cristianos, Ashraf? –le preguntó de repente Alicia sorprendiéndole.
-¿Quién dijo eso, pequeña?
-La señora que vive en la casona de ladrillos rojos…
-Yo soy musulmán y Akin, tu amigo, también. ¿Crees que nosotros te odiamos?
            Ella negó con un gesto de su morena cabeza y lo miró fijamente con sus expresivos ojos verdes. El adulto le sonrió con dulzura.
-Quien habló de esa forma no es honesta consigo misma ni tampoco respeta a sus semejantes… Recuerda esto que te digo y podrás vivir en armonía con todo aquel que piense distinto a ti.
-¡Qué tontería pelearse si todos somos iguales! ¿Verdad?
-Sí, hija, todos somos iguales ante el Creador… -le respondió alegre, luego les instó a que terminaran de comer sus helados, pues a las cinco en punto abrirían las puertas del museo que esa tarde visitarían…”
            Alicia sonrió. El piar de los pájaros que sobrevolaban el cielo azul, la hizo volver al presente. Sin embargo, aquellas frases que Ashraf Ertük le manifestara se grabaron en su memoria para siempre y le servían, en la actualidad, para fomentar la tolerancia y el respeto entre sus alumnos de la facultad. Bajó por el ascensor de la torre y decidió almorzar en una terraza a orillas del Bósforo. Su menú consistió en: lüfer, pescado azul, dolmas, hojas de parras rellenas de arroz, lokum, un dulce típico turco, y bebió sahlep, una bebida hecha con raíz de orquídeas… Más tarde, visitó la Basílica de Santa Sofía, el palacio de Topkapi, la Mezquita Azul y el Gran Bazar. Al entrar en aquel enorme edificio de laberínticas callejuelas, su mente retrocedió nuevamente al pasado… “-El Fatih Mehmet II fue quien lo fundó…
            Alicia y Akin dejaron escapar silbidos de asombro. Sus ojos se agrandaron al percibir la mezcolanza de colores, olores y sensaciones que pululaban por aquel emblemático inmueble. Los vendedores de alfombras regateaban con los compradores en una de las calles; en otras, los gritos de los curtidores de piel se mezclaban con la de los joyeros llamando a los clientes… Akin fue el primero en hablar:
-Mi madre nunca me trajo tan temprano al Gran Bazar, abuelo…
-Lo sé, hijo, pero yo quería que Alicia y tú lo vierais en todo su esplendor… A primera hora es cuando se hacen las mejores compras y además los comerciantes ofrecen sus principales productos a la clientela…
-¡Me encanta, abuelo Ashraf! –exclamó la niña riendo-. ¿También se venden aquí especias?
-No, hija, el Bazar de las Especias se halla en el antiguo barrio de los judíos… Pasado mañana pasearemos por aquella zona y compraremos las que Leylak, mi nuera, necesite para cocinar…
-¿Y también veremos a los músicos, abuelo? –le inquirió Akin expectante.
-Sí, hijo, escucharemos a los gitanos en la plaza y luego iremos al local de mi amigo Yüksel. Sé que habrá un recital de música clásica con instrumentos representativos del país… Oiremos piezas tocadas con el ud, el saz, el ney, la darbuka, el kanun…
-¡Qué bien, abuelo! –gritaron al unísono los dos jovencitos.
            Ashraf Ertük soltó varias carcajadas…”
            Alicia miró su reloj y suspiró. Había quedado con Akin en una famosa cafetería de la calle Istiklal. Él la estaba esperando y se levantó rápidamente de la mesa que ocupaba con una gran sonrisa en sus labios. Su abrazo pareció durar una eternidad y cuando ambos se separaron no pudieron más que reír.
-Estás guapísima, Ali.
            La española sonrió al escuchar el diminutivo con el que su amigo la llamaba desde la infancia.
-Tú no has cambiado nada, Akin. Sigues siendo el mismo chico encantador y cariñoso que yo conocí… Bueno, te has convertido en un famoso escritor…
-Tengo treinta y cinco años, algunas canas y dos hijas… -Sonrió dejando entrever su dentadura de nácar-, y cuando Kayra y Seher me dejan, soy novelista.
-Yo también los cumplí hace poco, pero no tengo hijos.
-¿Por qué? Te había imaginado rodeada de niños y formando una gran familia…
-No lo sé, Akin. Mi trabajo me llena por completo y no tengo tiempo de pensar en pañales y biberones… Puede que en un futuro me plantee adoptar una criatura o ser madre soltera… Ya veré… Por ahora me conformo con hacer regalos a mis sobrinos y a consentirlos, por eso soy su tía favorita…
            Akin rió y ella le imitó. Después la conversación giró en torno a sus respectivos padres mientras merendaban té de escaramujo, panecillos con mermelada de rosas y baklavas rellenos de nueces, almendras y cremas.
-Come dulce y habla dulce… -habló Alicia tras masticar el crujiente bollito.
-Mi abuelo era un hombre muy sabio y te quería muchísimo, Ali.
-Lo sé, Akin, yo también le quería. Ashraf influyó mucho en mi forma de pensar y sé que todo lo que he conseguido en esta vida, en parte se lo debo a él. Te juro que lloré mucho su muerte…
            El hombre asintió.
-Se acordó de ti antes de morir… Akin sacó un pequeño estuche azul de su chaqueta y se lo entregó.
            Alicia no pudo contener las lágrimas al ver la joya que resguardaba aquella cajita. El ojo del azar, símbolo de Turquía, tenía un gran significado para ella. Sacó el colgante y se lo puso muy emocionada.
-¿Te acuerdas cuando te lo regaló?
-Sí, no lo olvidaré jamás. Yo lo vi en el escaparate de una joyería del Gran Bazar y me lo compró al instante. Luego fuimos a una tetería de Tophane… Mientras él y Yüksel fumaban narguile, nosotros jugábamos a imitarles…
-Sí. –Río el autor del último best-seller más vendido en Europa y Estados Unidos-. Mi abuelo y su camarada fumaban tabaco aromático en la pipa de agua y nosotros soplábamos por la boquilla y hacíamos burbujas… ¡Qué tiempos aquellos!
-Fueron fabulosos.
-Sí, tienes razón. Lo que no entiendo, Ali, es por qué le devolviste al abuelo el regalo que te hizo… -comentó Akin señalándole la plateada presea.
-Ashraf y yo hicimos un trato. Él guardaría el ojo del azar hasta que yo regresara de nuevo a Istanbul… La pena es que no lo hice antes… -Suspiró triste.
            Akin apretó cariñosamente la mano femenina y, a continuación, dijo:
-El abuelo sabía que tarde o temprano volverías… Por cierto, ¿en qué hotel estás?
-En el Anemon Gálata.
-Pues ahora mismo vamos hasta allá y cancelamos el registro de la habitación…
-Pero…
-Ali no voy a permitir que estés en un hotel. Mi esposa Meryem y mis niñas están deseando conocerte… Así que no voy a aceptar un no por respuesta. Ya sabes que soy muy tozudo.
-Sí, lo sé.-Rió Alicia y asintió feliz.
            Mientras caminaban hacia la plaza Taksim, para subir al tranvía, la luna hizo su aparición en el firmamento y en la lejanía se oyó el sonido envolvente y mágico del ney…

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